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miércoles, octubre 31, 2007

Vicky Cabré Artiol

Se me ha muerto una de mis mejores amigas. Sé lo que escribir eso comporta, algo de exhibición impúdica, pero el dolor es tanto que no sé cómo sacarlo.
Se me ha muerto una de las personas a las que más quería.
Se me ha muerto una de mis mejores compañeras, de trabajo y vitales.
Me he muerto en una parte.
Sirvan estas palabras para que, también en la red, alguien la recuerde y le diga que la amaba.

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lunes, octubre 29, 2007





Manías de lector














No sé si serán los años, pero en esto del hábito lector, santo hábito, todo hay que decirlo, se me van acumulando manías. Sin ánimo de ser exhaustivo, aquí van unas cuantas de ellas:


- Leer varios libros a la vez, sobre todo cuando hay cambios de espacio (habitación, autobús, tren...) y, a ser posible, de diferentes géneros: cuentos, ensayo, poesía, novelas.


- No leer nunca dos libros seguidos del mismo autor. Antes no lo hacía y algunos autores me empacharon, como me pasó una vez con las gambas. No leer tampoco dos libros seguidos de la misma editorial.


- Buscar un punto de lectura "ad hoc" para cada libro, para que así hablen entre ellos y se cuenten cositas.


- Nada más acabar un libro, sea la hora que sea, empezar otro.


- Por supuesto, no marcar, doblar o subrayar ningún libro. Los que somos de familia pobre, eso de "distraxeren o enagenaren" que dice la excomunión de la Biblioteca de Salamanca, lo tenemos a gala. La mayoría de mis libros pueden pasar por nuevos, a no ser por el color que han ido perdiendo.


- "Nulla dies sine linea" decían los clásicos, y lo cumplo a rajatabla. Me cuesta recordar un día sin leer nada, hasta los papeles volanderos que van por la calle, que decía Cervantes.


- En la variedad está el gusto, así que hay que ir saltando de tamaños, gustos, géneros. Evidentemente que hablamos y hay novelas de verano, de invierno, géneros que en un momento determinado se nos atascan ("hoy tengo el cuerpo de Góngora", que decía el del rizoma en "Amanece que no es poco"), y hay que respetarlo y leer lo que nos pide el cuerpo.


- Muy a mi pesar, libro que empiezo, libro que acabo, aunque me cueste o me lo acabe leyendo en el cuarto de baño. Ahora estoy con Deseo, de Elfriede Jelinek, que me está costando un montón, pero al menos ya la he puesto en la lista negra para siempre y con conocimiento de causa.


- Siempre que se puede, conjuntar lectura y música, aunque las más de las veces acabe poniendo jazz no cantado, que me relaja y/o anima, según lo que leo.


La lista se puede hacer más larga, pero mi lavadora ha debido acabar ya y me pide atención.


P.S. Pues hoy, de música, pondré a Lou Donaldson, no precisamente este cd, sino otro que compré hace poco en BCN. Es un jazz-funk de esos que vas moviendo el pie mientras lees. Ideal.

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domingo, octubre 28, 2007










Un lugar en el mundo (1)










Como tantas veces, tomo prestado un buen título de peli o libro para mi bitácora (me sigue sin gustar mucho blog, me recuerda a bloc...), en esta caso de una bella película de Adolfo Aristaráin, ese cinesta que casi nunca me deja indiferente. Hoy la reflexión (no todo van a ser pelis, libros, bares...) es sobre los lugares, los sitios.




Uno, con los años, va aprendiendo a desprenderse de algún que otro lastre, de alguna de esas cosas que nos atan y, en el fondo, nos impiden crecer. Decía Max Aub (castellonense de Segorbe, que estuvo muchísimos años exiliado en México) que uno es de donde hace el bachillerato, lo cual me parece una definición perfecta. Y además, se puede añadir, que uno va siendo de diferentes lugares. También El último de la fila, cuando eran más innovadores que otra cosa, cantaban eso de "mi patria en mis zapatos". Soy de la opinión que no hay países, ciudades ni pueblos perfectos, y por eso, en mi acerbo viajero, voy acumulando sitios en los que me gustaría vivir, en los que su belleza me conmueve, y así creo mi ciudad o espacio ideal. Los que me han tenido como compañero viajero saben que digo muchas veces eso de "no me importaría vivir aquí" y hoy quiero iniciar un catálogo de esos lugares.




Por ejemplo, el Ensanche de Barcelona. Allí viví unos cuantos años mientras me estrenaba como profesor de instituto. Siempre me han gustado los edificios de primeros de siglo, con esas persianas mallorquinas que producen una preciosa luz en rendijas y que permiten esa dialéctica dentro-fuera que tanto me agrada. Además, el Ensanche tiene una distribución racionalista, gracias a la idea de su ideólogo Ildefons Cerdà, que es una lástima que la especulación no haya dejado desarrollarse. En cada una de las manzanas de pisos de una cuadrícula de 140 metros (creo recordar) iba un jardín interior. Asomarse a uno de esos pisos altos (yo vivía en el último), soleados, con la copa de los árboles frondosos por debajo, que aísla del ruido y que alegra la vista, es una de las mejores cosas que se puede hacer en una ciudad. Luego, el Ensanche-Eixample, sobre todo la parte izquierda, ha pasado a ser una zona gay, como la de Chueca en Madrid (barrio que también es bonito, chic y cool) y se ha puesto de moda, aunque es un barrio, al menos donde yo viví, (Conde Borrell), popular y populista.

Para acabarlo de redondear, a 100 pasos escasos está el precioso mercado de Sant Antoni, modernista, donde los domiengos se celebra un mercadillo de libros antiguos. ¿Qué más se puede pedir?
P.S. hoy hace un domingo soleado de lavadora y tendedores, así que me viene a la cabeza el cd que tengo de versiones de "Sunny", la inmortal canción de Bobby Hebb.

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domingo, octubre 21, 2007




La cosecha del hambre






A veces, en un mismo libro confluyen varias pasiones y varios gustos. Es el caso del librito que he empezado hace unos minutos, aprovechando un bonito catarro que me ha rodeado. Se trata del libro de John Steinbeck, Los vagabundos de la cosecha, editado por ese pequeño sello ejemplar que es http://www.librosdelasteroide.com/. Y digo que se unen varias cosas por esto: como queda dicho, es de una pequeña editorial de las que cuidan y miman sus libros; es de un autor reconocido y alabado, y una obra inédita en España, de contenido de denuncia social, extraída de unos reportajes de 1936 en The San Francisco News; el libro es auténticamente de bolsillo (el precio no), manejable y agradable; y, en último lugar pero no menos importante, viene ilustrado con unas conmovedoras fotografías de época de la famosa Dorothe Lange, todo un icono de la fotografía social y el fotoperiodismo.



En otras ocasiones ya he hablado aquí de un libro magnífico, espectacular en su uso de fuentes diversas, el libro de mi amigo José Ramón Díez Espinosa, El desempleo de masas en la gran depresión, que desglosa todo lo que se escribió, cantó y filmó en esa época sobre ese tema. Y este librito de Steinbeck viene a dar más palabras e imágenes a esa época. Los 150.000 norteamericanos que vagaban por las carreteras de California en busca de algún trabajo, viviendo bajo cartones, durmiendo en el suelo, sin tener nada para comer en días, esos nuevos pícaros que florecían en mitad de la miseria, esos parias de la tierra que siguen deambulando hoy, tienen en este librito su mejor relato. A algunos a lo mejor les cuesta imaginar que en la tierra de las oportunidades estas cosas sucedieran (y sucedan), pero ahí está el ojo público de Dorothea Lange, contratada por el Gobierno federal para dar testimonio, poniendo su mirada en medio de un dolor que los protagonistas sobrellevan con toda su dignidad.




Yo os lo recomiendo, y también el ejercicio de pensar dónde están hoy esos vagabundos de la cosecha.



Por cierto, La 6 también ha puesto en antena un programa tipo "Callejeros" de Cuatro. Que cunda.






P. S. Por una de esas casualidades, el sábado me compré un cd de Johnny Cash, The legend of Johnny Cash, lleno de rock'n'roll y country concienciado y social. Una buena banda sonora para este libro.
P.P.S. Prometo que el cartel anunciador de aquí al lado no es una ironía sobre RENFE y el AVE, es una casualidad...

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martes, octubre 16, 2007





Una familia de libro








En este caso no se trata de una familia ejemplar, como dice la frase hecha, sino de más bien del sentido literal de la frase. Se trata de la familia Mann, la del escritor alemán Thomas Mann, y vayamos por partes.



No sé de dónde parte la maldición de la literatura de la que hablaba él, pero además de él, su hermano mayor Heinrich Mann también fue un destacado escritor, al que le debemos la novela Professor Unratt, más conocida por el título que adoptó la mítica película basada en ella, El ángel azul, (véase aquí). También una novela que tengo reservada para lectura desde hace años, El súbdito, con una preciosa portada en Bruguera de Grosz y que no encuentro en la red.



Pero sigamos descendiendo en el árbol genealógico. Además de la mujer de Thomas Mann, Katia, que escribió una autobiografía que sólo Alfonso(http://elreinodeestemundo.blogspot.com/) conoce, dos de sus hijos publicaron libros, y los tenéis en esta foto morbosilla de aquí al lado, Klaus y Erika Mann. Klaus (es el del cigarrillo, para los que tengáis curiosidad) escribió varias novelas, entre ellas Huida al norte, Mefisto, su obra más conocida y de la que se hizo peli, y, entre otras cosas, unas memorias, Cambio de rumbo, que se han editado hace poco y que tengo en el disparadero. Su hermana Erika hizo más bien carrera teatral con su grupo de Kabarett, El molinillo de pimienta (bonito nombre para un grupo de cabaret) y un esbozo de autobiografía, Precisamente yo, que me acabo de leer y disfrutar, editadas en esa preciosa editorial de la que tantas cosas os he recomendado, Minúscula. Las páginas en forma de crónica que dedica a su estancia en la guerra civil española o a un viaje a la Lisboa que recoge a expatriados varios son de antología. Muy recomendable.

P.S. Hoy suena algo que no tiene nada que ver con esto, el último cd de Cat Power, The greatest, otoñal él para contrarrestar al calor reinante.

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jueves, octubre 11, 2007



La envidia del músico






No se preocupe nadie, no hablaré de los defectos de los músicos, sino de la envidia que me dan en muchos casos. Uno lleva casi 30 años oyendo música de forma consciente, es decir, eligiendo emisoras de radio, comprando cassetes-elepés-cedés, teniendo cada día horas y horas las orejas ocupadas en la música, y sin embargo soy incapaz de interpretar o leer nada de música, y de ahí mi envidia, sana, si es que existe.

De joven siempre había alguien en los grupos o pandillas que tocaba la guitarra, o la armónica, y era, indefectiblemente, junto con el bailongo y el macarra, además del guaperas, el espíritu de la fiesta, el del éxito seguro. Tal vez nazca de ahí mi envidia, pero creo que sobre todo viene de la felicidad que emana un músico cuando está interpretando sobre un escenario. Se le ve feliz, exhausto pero sonriente. Hablo sobre todo de los músicos que son cercanos, que los ves a tu lado en el escenario, que no se toman el concierto como un trámite sino como un disfrute personal del que está haciendo aquello que más le gusta, y lo está haciendo bien.

Cuando además hay varios músicos en la escena y ves cómo se intercambian guiños, sonrisas, burlas, etcétera, yo como espectador me lo paso en grande.

He puesto una foto arriba del pianista dominicano Michel Camilo, que en ese documental fantástico del jazz latino que dirigió Fernando Trueba, Calle 54, demuestra claramente lo que acabo de decir. La felicidad que emana de las teclas del piano de Camilo, su complicidad con sus músicos, el disfrute del lucimiento de los demás (hay que reconocer que en el jazz es donde mejor se integran esos solos improvisados que sorprenden al resto de los músicos, que les pican, que les hacen ir más allá) se transmite directamente, sin palabras, al espectador, y es una gozada participar de esa ceremonia.

O en un concierto de pop donde tienes acceso a claves privadas, donde conoces las canciones y algo de su proceso, como aquí con Sergio Algora de La Costa Brava cantando "Adoro las pijas de mi ciudad" y Fran, como dice la canción, "te lo cambio por amor, el dinero que tu padre te dejó".
Así que eso, envidia sana.
P.S. Como hoy hace un día lluvioso y taciturno en Cambrils, la música contraria, el acid-funk-jazz rabioso de ese grupo vitamínico que es James Taylor Quartet, su Wait a minute, que creo que fue el primer cd de ellos que compré.

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martes, octubre 09, 2007





De compras por el pasado










Ya sé que a veces estas prosas dan la impresión de estar escritas por un abuelo Cebolleta como el de los TBOs que siempre contaba historias de la guerra... de no sé sabe qué siglo. Nada más lejos de mi intención. No soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, creo que hay de todo, lo que no impide que haya épocas que me atraigan especialmente (las vanguardias, la república de Weimar...) y elementos del pasado que me fastidia que desaparezcan, sobre todo referidos a cuestiones estéticas.





Por ejemplo, me gustan especialmente las tiendas antiguas, sobre todo algunas tiendas de comestibles, las de "ultramarinos" (bonita palabra, parecía que vendieran cecina de sirena o algo así...), ésas que hay en los pueblos donde te venden bombillas, bacalao al corte (con su bacaladera) envuelto en papel de estraza gris, legumbres al peso, clavos por unidades y tamaños, semillas... Todo lo que uno podía necesitar y no podía fabricar.





También me atraen mucho las ferreterías, sobre todo ésas que tienen cientos de cajoncitos diminutos, cada uno con su bisagra, pasador, tirador o lo que sea, de muestra clavado para saber qué hay dentro. De hecho, uno de los bares más bonitos que conozco está en Reus (tierra de bares donde las haya?) y se llama La ferretería, y es untigua ferretería en la que han dejado la antigua tienda como atrezzo para el bar. O las tiendas de paños y telas, como ésta que os pongo de Oporto, con sus miles de telas de colores enrolladas, sus columnas de hierro, su olor a tejido limpio...


Además, me suele gustar mucho la tipografía de los rótulos, con letras típicas de primeros de siglo, e, incluso, en ocasiones con figuras o esculturas alusivas a lo que se vende (prometo colgar una de Viena de magia, con su conejo enorme saliendo de una chistera), como una que me encontré también en Oporto (Portugal es un paraíso para estos viajes a la nostalgia) con un grifo de un metro en la fachada.


Otro día hablaremos de mercados...


P.S. ¿Qué pongo de música? Os digo lo que está sonando, que creo que ya lo comenté un día, M. Ward y su Transfiguration of Vicent, que no me cansa nunca. Pero también podía ir algo de Dixie tipo La locomotora negra, o "Terror en el hipermercado", por contraste...

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viernes, octubre 05, 2007



Visita al Callejón de Gato




Hoy pongo el título en gris, acorde con el contenido.


Mucha gente habla de este callejón cercano a la plaza de Santa Ana (¡cuántas cervezas han caído por esas calles, y qué bien tiradas!) y le llaman Callejón del Gato, y lo cierto es que algunos pasarían por él, pero la estrecha calle está consagrada a un señor, Juan Álvarez Gato, poeta del XVI y no a un micifuz.

La calle ha pasado a la historia de la literatura por servirle a Ramón María del Valle-Inclán (así le gustaba llamarse) para crear su teoría del esperpento en la famosa escena duodécima de su magistral obra Luces de bohemia, cuando dice aquello de que los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos del Callejón del Gato dan el esperpento.

Sirva todo este excurso para comentar que el domingo fui al teatro a ver una nueva adaptación de Luces de bohemia, en este caso por uno de mis grupos teatrales favoritos, el Teatro del Temple, de Zaragoza. La adaptación me gustó mucho, con una falsa sencillez que da protagonismo al texto, que me parece de lo más correcto que se puede hacer con una obra que es dinamita verbal, y unos excelentes actores encabezados por Ricardo Joven y José Luis Esteban.

Pero hoy os quería hablar del gran Valle-Inclán, del escritor, uno de mis favoritos, contradictorio, polémico, un Quevedo del siglo XX, con su característica pinta de bohemio con sus melenas al viento, la barba luenga (y lo que más le molestaba es que le preguntaran si la barba la ponía sobre las sábanas o bajo ellas al dormir) y el brazo izquierdo amputado tras una riña estúpida con un amigo...

Si el teatro español de la Edad de Plata de la que habla mi profesor José-Carlos Mainer se divide en lorquistas y valleinclanistas, yo soy, sin duda, valleinclanista y no sólo por el teatro. Creo que en su obra hay más contenido lírico, metafórico, social, teatral que en muchos de sus contemporáneos y posteriores, y que su irrepresentabilidad no es cierta. Hace años ya vi otra versión de Luces de bohemia, creo que en la que salía el gran e inigualable José María Rodero, y también me pareció muy bien resuelta.
Así que, don Ramón, gracias por los buenos ratos que nos has brindado.
P.S. Como música tal vez no le iría mal unos tangos arrabaleros, de esos que cantaba el grupo madrileño Malevaje, con su toque chulapo. O también, más moderno, el grupo argentino-francés Gotan Project, o, más purista, Piazzola.
Salud.

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jueves, octubre 04, 2007



In memoriam





Sólo unas líneas de emergencia a salto de clase. Se ha muerto Carlos Llamas y los tópicos se desatan: las ondas se han quedado mudas, etc. Lo cierto es que era un tío que me caía estupendamente, inteligente, con gran sentido del humor, irónico, que se sabía reír de sí mismo el primero... Su vuelta hace poco a la radio, después de haber vencido al cáncer en primera instancia diciendo sin ambages: "los que han vencido al cáncer os saludan" me pareció magistral, sin eufemismos, y ya le dediqué aquí unas emocionadas palabras (http://julionarrow.blogspot.com/2007_05_01_archive.html). Hoy poco más puedo añadir, oír a las 10 de la noche Hora 25 y sus presentaciones ya no será posible y eso me duele. Era uno de esos tíos con los que te irías de cañas sin dudarlo.
Una maldad: ¿no podía haberse muerto algún otro en su lugar? Yo tengo una buena lista...
P.S. No quiero poner música triste a este post, tal vez le iría bien a Charly un grupo salmantino de unos amigos, Mayalde, con un folk muy bien llevado, pero lo que está sonando ahora es otro de los cds de The Lucksmiths, Why That Doesn't Surprise Me, buenísimo.
Hasta siempre, Charlie.

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