Alegría y tristeza del cuarto de hotel (2)
Tengo la tendencia a empezar series en este blog y luego no acordarme de continuarlas, así que antes de que se me vaya el santo al cielo (o lo que quiera que se nos vaya a los ateos), seguiré con la que inicié el último día.
Dije que hablaría de hoteles y literatura y luego no lo hice, así que sigo por ahí.
La idea de estas entradas surgió de un artículo que publicó Rosa Montero hace unos meses en el EPS. Allí hablaba de esa sensación ambivalente que dan los hoteles, de la cantidad de gente que elegía un hotel para suicidarse, y lo ilustraba con esta abracadante foto del suicidio del escritor Stefan Zweig y su mujer Lotte en Río de Janeiro (foto de la que hay varias versiones, alguna menos romántica y menos retocada que ésta). Pero a la vez añadía que una habitación de hotel limpia, ordenada y agradable se convierte durante unos días en la mejor de las cosas en un viaje, tener un sitio al que volver, confortable (¡qué buenos son en general los hoteles españoles en comparación con lo que se ve por Europa!), una prolongación de la casa de uno.
La verdad es que cuando uno lee algo de la literatura europea del periodo de entreguerras no puede más que sentir una sana envidia de esos hoteles majestuosos en los que vivía gente como Paul Morand, hoteles cosmopolitas por los que pasaban todos los personajes importantes. La lista es enorme: el hotel Savoy de Londres, el Europa de Praga, el Adlon de Berlin en medio de Unter der Linden, el Palace de Madrid, el Ritz de Barcelona... Muchos más. Por allí pasaban grandes temporadas autores como Jardiel Poncela, Ramón Gómez de la Serna... No sé si hay una literatura de hotel, con el membrete del mismo escrito en el papel que utiliza el escritor (ah, esa anécdota del escritor novel que va al Café Gijón y pide, como ha leído en las novelas admiradas, "recado de escribir" y el camarero, guasón, le responde "¿Solo o con leche?"), pero desde luego muchas grandes novelas se han fraguado en cuartos anónimos de hotel.
Mucho más modesto en mis pretensiones, os he puesto arriba la foto del hotel en el que estuve en Amsterdam, el Owl (lechuza, bonito nombre). En la tercera ventana del tercer piso me asomaba a mirar la lluvia.
P.S. Aunque suena otra cosa, de la que pondré otro día un post, Sr. Chinarro, a esta entrada le sienta bien el jazz, concretamente ése que siempre sonaba en los hoteles lujosos, tipo Ellington o algún grupo pequeño. Es muy curioso leer lo que se decía en la Europa de entreguerras del jazz, cómo era visto. Era una música salvaje y desenfrenada que tocaban negros y que parecía lo más diabólico que se había inventado.
Etiquetas: hoteles., literatura, vida cotidiana
3 Comments:
Sucribo todo lo dicho en el post, aunque eran más divertidas las anécdotas personales en "hoteles". A ver si sigue la serie.
Un abrazo
Un gran escritor de hotel era Julio Camba.
También Cornell Woolrich (el de "La ventana indiscreta"), que vivió muchos años en uno.
Seguiremos la serie, pero más adelante.
Tomo nota, Conde, de Camba tengo pendiente La ciudad automática, ya lo comentaré.
Gracias.
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