Alegría y tristeza del cuarto de hotel (1).
Al hilo del libro que me he acabado hace nada, Grand Hotel, de la austriaca Vicki Baum (1888-1960), libro muy recomendable de una autora de éxito en su tiempo (con peli del año 1931 protagonizada por Greta Garbo incluida), me viene a la cabeza que hace meses que quería hablar de los hoteles y su literatura.
Siempre me han atraído los hoteles, desde pequeño, cuando viajaba con mis padres a pensiones baratas (no había para más, lo mismo que lo de ir de restaurante, si acaso algún menú y mucho hornillo en la cuneta de la carretera). Recuerdo uno infame en Reinosa donde yo tuve que dormir con mi madre porque no había habitación para los tres y tuvimos que atascar la puerta sin cierre con una silla. También otro en la calle Princesa de Barcelona, al final de un dédalo de pasillos que hacían necesario otro hilo de Ariadna. Había ardido hacía poco el hotel Corona de Aragón de Zaragoza y me pasé la noche pensando en por dónde saltaría (la habitación no tenía ventana) si hubiera un incendio (optimista que era uno!). Otra vez, ya cuando estaba de profesor sustituto, estuve con mi padre, que era el que me llevaba cuando de repente me llamaban de un día para otro a trabajar a alguna parte de Cataluña, estuve, decía, buscando hotel en Montigalá, al lado del Besós. Para ir sobre seguro, preguntamos en una comisaría y nos mandaron a una pensión por horas cutre como pocas, que debía de ser de algún confidente. Nos fuimos por patas, pero acabamos en algo que dedujimos que era una especie de putiferio (cortinas rosas y demás) más limpio que lo otro pero con la misma función (no es el de la foto, que he bajado de google con el título de "hotel cutre", pero os hacéis una idea) .
Ya cuando me aprendí comunicaciones y las estancias en Cataluña eran por curso, en Cervera de Segarra dormí en un garito que también me dijeron que había sido motel de carretera, y estaban acondicionándolo (de hecho, mientras estaba fuera, me ponían enchufes y demás). Todo bien, de no ser porque al subir a la habitación, un señor mayor, albañil, me dijo que le ayudara, que su compañero de habitación y curro estaba desmayado en la ducha y no reaccionaba. Sacar a un albañil de 60 años, gordo y desnudo, de una ducha abierta no es un deporte que recomiende. Otro día sigo con otras historias.
P.S. He subido un vídeo que habla de hoteles tristes, de Chris Isaak, canción que me gusta mucho.
Etiquetas: hoteles., vida cotidiana
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