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jueves, febrero 21, 2008



La felicidad empanada




Hoy os voy a dar hambre, ya lo aviso, aunque los habréis notado al ver las fotos de esta entrada. Hoy hablo de las croquetas, tan humildes y excelsas a la vez. Si la tortilla de patata es la prueba del nueve de un bar, las croquetas vienen a ser la prueba auténtica de la división, la laboriosa que se hacía multiplicando el divisor por el cociente y sumando el resto.

Aunque está claro que las mejores croquetas las hacen las madres, con su paciencia con las dos cucharas, sus restos de la sopa (gallina, jamón, pollo), su punto de empanado y de fritura, su regularidad, como un batallón de felicidad en un plato.

Hay quien todavía recuerda con envidia mis bocadillos de croquetas de cuando iba al instituto, y hubo una profesora de Griego (la lengua griega, quiero decir) que me dijo que era un bocadillo surrealista, que mezclaba dos realidades imposibles en un mismo plano. Sí, sí, surrealista, pero bien bueno que está.

No os voy a dar ninguna receta, todas las madres tienen la suya, personal e intransferible. En Barcelona, Rambla de Cataluña, había un bar, La Croquetería, que se jactaba de tener más de 80 tipos de croquetas, algunas imposibles como de café, arroz con leche, cocido, limón, chocolate... A tanta herejía no llegué, pero alguna vez que hice una degustación allí, que ponían cinco tipos, la verdad es que había alguna de queso bien sabrosa. Y una vez, en casa de unas amigas, recuerdo haber comido una croqueta de un palmo que ocupaba toda la sartén. Me supo rica, pero me parece que era más bien por el cariño. Y lo que me gustaba de pequeño darle vueltas a la masa y que se quemara un poco, se socarrara, que decimos, y que me comiera ese rico socarrado, o meter un dedo en la masa aún caliente...

¡Qué hambre!.
P.S. Hasta donde yo sé, no hay canciones que hablen de croquetas, se dedican al amor y otras tonterías, pero no sé por qué me viene a la cabeza la época más castiza de Gabinete Caligari y su "Al calor del amor en un bar" o su "Que Dios reparta suerte". Será que la croqueta nos lleva, como la magdalena de Proust, al pasado y a los bares perdidos que tenían toda la paciencia del mundo para hacer las croquetas...

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6 Comments:

Blogger conde-duque said...

Joder, qué hambre...
Yo también soy un fan de las croquetas, y hubo un tiempo en que siempre las probaba en cada nuevo bar al que iba: como dices, daban la medida de calidad.
No hay nada peor que las croquetas congeladas en un bar, quemando por fuera y con el centro frío.
Un saludo.

12:45 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Croquetas...
Femenino plural, como las mujeres que han marcado mi vida con el saber hacer de sus manos.
La primera, mi madre. Jamás olvidaré esas croquetas de merluza, siempre de merluza (eran buenos tiempos en los bolsillos del ama de casa). ¡Qué olor, qué color! Suaves, delicadas, perfumadas, esponjosas, únicas en una palabra.
La segunda, Lola, Lola. Croquetas de huevo. Simples en apariencia, complejas en el paladar, tanto como ella.
He aquí mi tributo a las croquetas, femenino plural, como las mujeres que han marcado mi vida,jajaja.

9:30 a. m.  
Blogger narrow said...

- Gracias, Conde. En Madrid aún quedan sitios con buenas croquetas, así que a seguir buscando. Saludos.

- Joserra, la mujer que hace croquetas es siempre una madre, en acto o en potencia. Y esas de Lola no las he catado, que haga y congele para un día.
Abrazo.

2:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Nada de congelar, que ya no saben igual. Si te atreves a venir de nuevo, te estarán esperando.

Beso

10:14 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

La de arriba soy yo jajajajaja

10:49 p. m.  
Blogger narrow said...

Tomo nota, unas croquetas bien valen más que una misa...
Gracias.

5:30 p. m.  

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