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martes, marzo 25, 2008




Un viaje de río, libro y música






Si el último día que os dejé había venido de Amsterdam cogiendo, por orden de aparición, un tranvía, un tren, un avión y un autobús, todo eso en unas cinco horas, al día siguiente, jueves 20, decidí practicar la filosofía "slowly" y acaracolada, e irme para Zaragoza de una de las formas más lentas posibles, en un tren regional que va remontando todo el Ebro. El recorrido es espectacular, no os detallo aquí todas las paradas que hice (el blog no me daría casi espacio) y, sobre todo el tramo hasta Caspe, de lo más bonito que se puede ver en un paisaje de interior no de alta montaña. El monte estaba precioso, con un día despejado, los árboles con sus incipientes flores y el río con un color azul-verdoso profundo. El tren avanzaba traqueteante, además con bastante pasaje (que aguantarmos las más de 4 horas hasta Zaragoza ya fuimos menos), en momentos a escasos 5 ó 6 metros del Ebro, de unos viñedos que dan algunos de los mejores vinos españoles (por ejemplo Capçanes o Marçà, de la comarca del Priorat, aunque dentro de otra denominación de origen también excelente pero más barata, Montsant), de los cultivos de trigo y de los pinares. Es un viaje por las esencias del cultivo mediterráneo que os recomiendo a todos los viajeros lentos. Para ir más rápido hay otras vías.


A este placer hay que añadir dos más, complementarios al menos para mí: ir leyendo y oyendo música. El libro que elegí para el viaje es éste, Un saco de canicas, del autor francés Jacques Joffo, una autobiografía hecha desde la madurez de su infancia como niño judío en Francia en los años de la 2ª Guerra Mundial, y que desde ya pasa a ser uno de mis clásicos. El libro rebosa alegría y optimismo, pese a referirse a hechos tan tristes, está excelentemente bien escrito y tiene ese elemento de bildungsroman que tanto me suele gustar y atraer.


P.S. No me olvido de la música. Todo el viaje fui oyendo a Calexico, cuya discografía completa en mp3 me bajó Alfonso. No sé con qué cd quedarme, ahora suena Spoke, y esa música de frontera que os recomendé en la entrada de No es país para viejos, era la banda sonora ideal para ese paisaje seco, árido y duro de pueblos como Samper de Calanda, que estaba celebrando la Semana Santa con su sonar atronador. Que vaya bien todo.

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