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miércoles, agosto 29, 2007




Vidas paralelas




Pongo la venda antes de la herida, que no se me ofenda nadie por lo que voy a poner, es a título casi sociológico-irónico. Hoy han enterrado a dos personas diferentes, un futbolista de 23 años muerto prácticamente en el terreno de juego delante de las cámaras y un escritor egocéntrico, de 72 años, con más de 80 libros publicados, mala leche a raudales y miles de artículos publicados en los mejores periódicos de este país, hasta que pasó a ser columnista de Pedrojota, pero dejémoslo correr.
Uno una promesa, que parecía buen chaval, de clase humilde (al menos me lo pareció al ver correr a su madre entrando en la enfermería), el otro el maestro encastillado que "sólo venía a hablar de su libro" (por cierto, inciso, ¿es lícito juzgar una vida de artista por 10 segundos en un programa de la tele, tal y como han venido haciendo con Umbral o también con Fernán-Gómez?), con un gran lista de enemigos pero figura capital de la literatura en español de los años 70 para aquí (por cierto, enterrado sin representación del gobierno, ¿cuándo se dejará de hacer cultura sectaria desde los ministerios del ramo?), aunque en declive.
Claro, uno murió joven y en directo casi, ¿qué más queremos para esa idolatría de la juventud y del deportista? Resultado: homenajes en televisión, especiales, la calle abarrotada y por curiosidad he encontrado en google 188000 imágenes del futbolista. En el otro lado del ring, los 80 libros de Umbral, miles de artículos y demás, sólo han dejado en la red 8520 imágenes, y eso que no he querido ponerme a mirar entradas en la red para no cabrearme. Y eso que lo del futbolista es un accidente laboral de los que lamentablemente ocurren a miles al día (ayer a un obrero lo chafó un ascensor, hoy a otro 3000 Kg de cobre en las obras del AVE, el otro día un chaval de 17 años del pueblo de mi madre se mató viniendo de tocar con su charanga en un pueblo de Teruel...). Pero así vamos.
En fin. Cosas veredes...
P.S. Suena Discos buenos, un recopilatorio de Lovemonk exclusivo de Fnac, lleno de funky alegre y que empieza con un tema de Martín Buscaglia irresistible titulado "Cerebro, Orgasmo, Envidia y Sofía".

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El viajero inmóvil









De nuevo recurro a un título prestado (en este caso de Martínez Monegal en un ensayo sobre Neruda) para esta entrada. Y a una de esas fotos de Rodchenko que parecen fáciles y que muestran todo un mundo en su interior. Y a un tema que tampoco es nuevo en este blog, la literatura de viajes.

Otras veces he comentado que me gusta leer varias cosas a la vez, según momentos (tarde, noche, medios de transporte..., en fin, manías de lector). Que a libros que prometen densidad cual solomillo me suele apetecer entreverarlos, mecharlos, con algo más ligero y llevadero, hasta el punto de que a veces ese libro se apodera del otro, del "titular", por así decir. En otras ocasiones ya he recomendado libros de viajes actuales que realizan esa función. El libro de viajes es un subgénero difícil, y creo recordar que nombres españoles como Xavier Moret, Martínez Laínez o Enric González (del que se ha reeditado hace poco la inencontrable Historias de Londres, de lo mejor que se puede ver hoy en una librería) ya han salido. De los extranjeros, además de Theroux, pocos más recuerdo, hasta que llegué por casualidad a un holandés, Cees Nooteboom y su Hotel Nómada, que confieso que adquirí, además de por el tema, por conocer a la traductora, Isabel Lorda Vidal (ay, mis primeras sustituciones como profesor en el Bronx de Sant Adriá del Besós) y por el prólogo de Alberto Manguel.
Cees Nooteboom es el caso típico de nómada, que lleva más del 75% de su vida fuera de su casa, que dice que el axioma de Pascal, "Las desgracias del mundo se deben a que la gente no es capaz de permanecer veinticuatro horas seguidas en una habitación" no es problema para él, que él es su habitación. El libro me gusta más por las reflexiones que tiene sobre el acto de viajar, los hoteles, la vida que subyace en los tipos humanos y su dibujo, me gusta más, decía, por eso que por las crónicas en sí, algunas ya muy pasadas de contexto. Pero os lo recomiendo, y buscaré su Desvío a Santiago, que tuve mil veces en la mano y no compré. Que vaya bien.
P.S. Suena el último Wilco, que lo pusieron a caldo, Sky blue sky, gentileza del garfio de Alfonso, que está bien, sin ser magistral.

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miércoles, agosto 22, 2007



La lluvia de la memoria




De repente, el verano parece acabarse y a uno se le pone el cuerpo de otoño, mi estación favorita, junto con la primavera, el invierno y algunos días del verano, claro. Una noche atípica de agosto, con el viento frío ululando en las ventanas y una media luna de esas que parecen presagiar algo desapacible. Y buscar el pantalón de chandal por no querer cerrar la ventana del todo. Y en la 2, la única cadena que sorprende para bien, un programa que me ha parecido todo un lujo, "Crónicas", dedicado a la memoria de Ainielle, el pueblo desaparecido en los años 60 del Sobrepuerto oscense y que le sirvió a Julio Llamazares para hacer su, para mí, mejor novela, La lluvia amarilla.

La historia de Ainielle es la de tantos pueblos que se siguen cayendo en cualquier parte del mundo, pero a mí me llegó especialmente. Será por la melancolía del relato, por la soledad que emana, por lo que tiene de elegía, no sé, pero todos los años, al comenzar el otoño (que ya sé que falta para eso, pero dejadme que lo evoque) me acuerdo de ese libro y me quiero imaginar la vida en una zona pobre de montaña. Todavía me estremezco al acordarme de una nochevieja que pasé en una casa rural cerca de Aínsa, preciosa, por cierto. Un día, frío pero soleado, decidimos subir por una pista a un pueblo que tenía unos menhires, Tella, si no fallo. Allí, un anciano que parecía el encargado de la iglesia, nos enseñó una especie de cobertizo-museo donde guardaban retazos de un mundo rural desaparecido, unas lascas, unos herrumbrosos e irreconocibles aperos... La imagen del señor mostrando lo que quedaba de ese pueblo, su pobreza honrada (ya sé que eso suele ser redundante), su ropa, el saber que probablemente nosotros éramos la única visita en días, y nuestra propina a lo mejor lo único que tendría en el bolsillo, todo eso me viene a la cabeza cada vez que me acuerdo de Ainielle, del libro de Llamazares, de este otro que le dedicaron, de todos los que alguna vez, en circunstancias muy diferentes, han-hemos tenido que coger una maleta para ir en busca de trabajo u otra vida a tierras lejanas a las del origen. Y esa estrofa de Labordeta que creo que cité en otra ocasión: "Si en algún lugar te encuentras/ gente con la casa a cuestas/ no les hables de su tierra/ que te miraran con rabia/. Con rabia en la voz y el viento/ y con rabia en la mirada/ con la rabia que produce/ abandonar lo que se ama".

P.S. Sé que esto ha quedado tristón, en compensación un cd triste que ha sonado tímidamente en el reportaje, el sensacional Le phare, de Yann Tiersen, antes del bombazo de la BSO de Amelie.

Salud.

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domingo, agosto 19, 2007

La carta en el buzón









Uno de los libros más deliciosos (y eso que no me gusta utilizar términos culinarios para definir arte) que he leído últimamente ha sido uno de André Comte-Sponville, Impromptus. Entre la pasión y la reflexión, editado por Paidós, como todo lo suyo. Comte-Sponville es uno de esos filósofos que le salen a Francia que escriben con una soltura extraordinaria, con gran calidad literaria, y que vienen a ser más bien unos sociólogos de la vida cotidiana mirada con una lente de aumento. A mí me recuerda a alguna de las cosas que escribía antes Savater, antes de que todo se empozoñara demasiado.
Bien, pues ese libro de Comte-Sponville es una colección de artículos de muy diversa procedencia y temática, pero hoy quiero resaltar uno titulado "La correspondencia". Os diría que lo buscarais, pues es precioso. En él se reflexiona sobre ese hábito ya en decadencia que es escribir una carta a alguien, con la caligrafía habitual de cada uno, y el hecho, uno de los más felices, de recibir una carta. Lamentablemente, la única correspondencia que suele recibir uno es de "La Caixa" en forma de recibos y hoy en día todo el mundo parece estar muy ocupado para escribir algo y mandárselo a alguien (lo que no impide que perdamos miles de horas en mirar power-points horribles en nuestro e-mail), y hay que reconocer que es una lástima.
Si algo me gusta del mundo de los blog-bitácoras es lo que tienen de escritura, de diario en voz alta (no mucho, que total nos leen cuatro amigos...). Dice Comte-Sponville que se escribe una carta porque no puede ni hablar ni callar, y que de esa doble imposibilidad nace la carta, que supera y de la que se nutre, entre comunicación y soledad. Luego está además esa idea de la descompensación de los dos tiempos, el del que escribe y del que te lee. Y es que, cito: "Nuestras cartas se nos parecen, por poco que lo queramos. Frágiles como nosotros. Irrisorias como nosotros (...). Un poco de nuestra alma se desliza allí, en la delgadez de un sobre. Algo de nuestra vida en la locura del mundo. Algo de nuestro amor en el desierto de las ciudades".
Acabemos como los antiguos: VALE
P.S. Aunque suena el gran Richard Hawley, que no me canso nunca, dos canciones que hablan de cartas, "A veces escribo cartas" de El último de la fila, y "La carta", de Esclarecidos.

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lunes, agosto 13, 2007




Galicia, sitio distinto




Ya de vuelta de un viaje por Galicia, sitio distinto que cantaba Antón Reixa. Aunque vaya mil veces a Santiago de Compostela, mil veces me emocionaré al llegar al Obradoiro, mil veces pasearé por sus calles porticadas, un invento maravilloso, mil albariños me tomaré, con sus tapitas... En fin, que me entra saudade. Me ocurre igual con Salamanca, son ciudades hospitalarias, tal vez por la influencia del elemento universitario, y en el caso de Santiago, además, por la afluencia constante de peregrinos. El hecho de que haya una gran cultura de bares y de restaurantes coadyuva un poco, hay que reconocerlo, al menos para éste que escribe. Libros me traigo un buen montón, algunos de ellos en portugués, lengua que me he prometido aprender ahora que ya me han enseñado en la EOI todo el inglés y el francés que se puede enseñar allí (cosa que no me creo ni de lejos, pero en fin).

Lo cierto es que desde la primera vez que fui a Santiago, allá por los años universitarios, bien lleno de Torrente Ballester y Cunqueiro, ya la consideraba como algo mío, como un sitio en el que uno podría vivir bien, aunque hay que reconocer que está lejos de todo. He echado de menos esa lluvia que tiñe la piedra musgosa de ese color tan increíble, pero otra vez será. Sitio distinto.

P.S. Las fotos no son mías, y por lo que me cuesta subirlas no sé si pondré alguna. De música cogí alguna cosa, pero lo último que oí ayer era Novoa, el grupo del guitarrista Pablo Novoa (ex-Golpes bajos), un buen cd instrumental titulado Novoa cruza el Atlántico, que seguiré escuchando. Salud.

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